Cuando faltan cronopios

Crónicas de ciertos amigos que llegué a conocer


viernes
  Querido editor,

Ante las muchas y groseras exigencias que de tu parte he recibido, te pido la anuencia para publicar de nuevo.

Me conoces desde que tengo uso de razón, esto es, desde el momento en que dejé de lado la costumbre de chupar las conexiones eléctricas, destapar refrescos de corcholata con los dientes o quizá desde el momento en el que por fin recordé no guardar la plancha que estaba todavía caliente en el clóset de la ropa limpia. Es decir, editor mío, que me conoces desde que escribo lo que más o menos ha constituido mi vida.

Primero, y creo que lo recuerdas bien, me publicabas en grandes cuadernos tamaño carta donde, entre líneas azuladas decidiste publicar mis garabatos. Luego vino esa muy prolífica edición de cartas de amor, enseñas de voluntad y testarudez. Me publicaste cartas dedicadas a las mujeres más queridas. De ellas no conservo ninguna (ni mujeres, ni cartas).

Recuerdo, no obstante, que me aclamabas cierta disposición al convencimiento ajeno: “Te dejas vender muy bien”, me decías con el tono del publicista que siempre llevaste dentro. Te afanabas en promoverme a la fama, sin explicar muy bien la ruta mientras yo me arrastraba como triste esperanza por las rutas del desencanto.

Pensándolo a la distancia, puedo decir que esa persistencia en textos fatídicos era resultado de tu gallarda prestancia. No puedo olvidar ese texto que entre líneas deslizabas: “La fama es la mejor publicidad para la gloria”. Y yo no dejaba de pensar en la cantaleta de morir joven para ser un cadáver bello. Estúpida gana desangelada: crea fama y te comerán los ojos. Crea-tivo y te augurarán fama. Así, con el tiempo la cosa se pone problemática, porque ese escribir por placer se va transformando en una obligación técnica y, a veces, amorosa.

Mi querido editor, ahora acá me tienes balbuceando ediciones que tu me ayudas a poner en claro. Me agrada tu convencimiento de mi ser otro en el mundo, me gusta que me reconozcas, así distante y desidioso. Debo de agradecértelo y extender mis más caras disculpas por la inconsistencia. Prometo, y ya bien sabes que esas promesas son echadas en saco roto, no desatenderte más.

Ahora, mucho tiempo después de haber regresado de mis continuos viajes me encuentro con este gusto dilatado: Silabario se hace presente.

No es mucho lo que tengo que decir, un simple epígrafe de desconcierto, lo cual no puede ser un mal inicio.

Gracias por todo.
Miguelo
 
miércoles
  Hace unos meses mis amigos comenzaron a casarse. Algunas fechas después comienzan ya a tener serios problemas en sus matrimonios. La causa principal: la infidelidad. Después de todo seguimos siendo profundamente católicos. 
lunes
  Tres textos sobre novela de detectives 
  "La novela policial es un relato en el que la razón crea el miedo que ella misma debe calmar".
Edgar Allan Poe (nacido en Boston en enero de 1809 y muerto en Baltimore en octubre de 1849), no sólo inventó la moderna novela de detectives, caracterizada por la deducción, sino también la figura paradigmática del detective: un personaje inolvidable, C. Auguste Dupin, será el prototipo del detective analítico y frío, que luego se ha de repetir, con mejor o peor fortuna,pasando por la pomposa gloeria de Sherlock Holmes y, más tarde, una interminable línea de epígonos más o menos logrados.
 
  Los detectives

«Las condiciones mentales que pueden considerarse como analíticas son, en sí mismas, de difícil análisis. Las consideramos tan sólo por sus efectos. De ellas conocemos, entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee, cuando se poseen en grado extraordinario, una fuente de vivísimos goces. Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen en acción sus músculos, el analista goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar. Consigue satisfacción hasta de las más triviales ocupaciones que ponen en juego su talento.»

Estas frases con las que comienza Los crímenes de la Rue Morgue son casi una declaración de principios. Las dice el narrador anónimo de las hazañas intelectuales de C. Auguste Dupin y van a marcar a generaciones de detectives, cuyo gusto por la deducción los conducirá a la fama.

Siendo Dupin el padre de todos los detectives, no es el que más fama ha alcanzado. Digamos, no obstante que las noticias que tenemos sobre su existencia son escasas. Sabemos que se trata de un joven caballero procedente de una familia ilustre venida a menos. Sabemos que esta caída social y económica le indujo a retirarse de la vida y a cultivar la mente como una forma digna de sobrellevar su desgracia. Lo encontramos por primera vez en una librería de la calle Montmartre, en París, y a partir de ese momento su personalidad, en lugar de abrirse, se vuelve más misteriosa. Habla poco y parece carecer de las emociones que atormentan o alegran la vida del resto de los humanos. Su gusto por la ciencia y por la deducción han hecho de él una máquina pensante que convierte toda la información recibida a través de los orificios de los ojos y de los oídos en un proceso analítico en el que ya no queda espacio para los sentimientos. Esa información, elaborada en el interior de un cerebro complejo y ordenado, es devuelta a través de otro orificio, el de la boca, con la misma precisión con la que un ordenador bien programado nos daría la resolución de un enigma. Tal vez ha sido por semejante postura ante la vida por lo que su figura ha despertado el interés no sólo de los escritores que después pretendieron imitarle, sino de filósofos ilustres.

Así, por ejemplo, Jacques Lacan, considerado como una de las máximas figuras en el campo del psicoanálisis moderno, ha dedicado a La carta robada un complejo estudio en el que identifica la figura de Dupin con la del psicoanalista.

Tampoco Sherlock Holmes pudo escapar a la atracción ejercida por este personaje misterioso y frío, cuando en una de las novelas en las que interviene lo saca a relucir, aunque sólo sea para criticarlo. De Sherlock Holmes, sin embargo, sabemos muchas más cosas. Ha tenido innumerables biógrafos y, si hiciésemos una encuesta, muchas personas sabrían decirnos algo de su vida, aunque desconocieran por completo la personalidad de su creador, Conan Doyle.

Vivía Sherlock Holmes con el doctor Watson en el 221 de Baker Street; había nacido el 6 de enero de 1854 y llegó a ser Caballero de la Legión de Honor. Con Holmes el detective se humaniza sin que por eso pierda un ápice del carácter analítico de que hacen gala estos investigadores. A lo largo de los relatos en los que aparece nos es posible ver algunos de los rasgos más característicos de su personalidad, como su manía por el orden, puestos de manifiesto en las escenas de la vida cotidiana a las que Conan Doyle nos permite asistir.

De los detectives citados, ninguno de ellos pertenece a la policía y ninguno de ellos toma sobre sí la responsabilidad de prestigiar esta institución. La relación de estos seres con la policía suele ser de competencia y desconfianza mutua.

En algunos casos, incluso, la policía oficial es sometida a duras críticas por su ineficacia, que contrasta con los grandes medios de que dispone para la represión del mal.
 
  Características generales de la novela policíacaEn las narraciones de Poe se plantea tres temas que se van a repetir hasta la obsesión a lo largo de toda la historia de la novela policíaca, y que han quedado acuñados bajo las siguientes fórmulas:

1º. El recinto cerrado.

2º. La novela-problema.

3º. El detective analítico.

El esquema del recinto cerrado es simple; se trata de situar la escena del crimen en el interior de una habitación cuyas ventanas y puertas están cerradas por dentro, de manera que parece imposible averiguar por dónde puede haber escapado el criminal. Poe lo plantea con brillantez y con ciertos toques de terror en Los crímenes de la Rue Morgue. Pero no hay autor de novela policíaca que se haya resistido a abordar este tema en busca de soluciones cada vez más complicadas e ingeniosas.
Poe, como decíamos, crea el prototipo del detective analítico que sólo utiliza la razón y la ciencia para la resolución de los casos en los que interviene. Este personaje, llamado C. Auguste Dupin, no necesita de los grandes medios utilizados por la policía en sus investigaciones. Él trabaja con la mirada y con el pensamiento, alcanzando con estas dos herramientas conclusiones tan acertadas como sorprendentes. Pero en la literatura de Poe se dan también elementos de terror; lo siniestro todavía interviene como parte fundamental del relato. Así lo podemos apreciar en la descripción de los cadáveres de Los crímenes de la Rue Morgue e incluso en las consideraciones científicas que sobre los muertos por asfixia se llevan a cabo en El misterio de Marie Rôget.
Los autores que durante la segunda mitad y las postrimerías del siglo XIX van a desarrollar el método analítico, inventado por él, cargarán el acento en estos aspectos relacionados con la inteligencia analítica de su personaje, olvidando de forma progresiva las cuestiones relativas a lo truculento, una de las fascinaciones de Poe.

Un espíritu de competencia se apodera de los textos, dejando de lado, con frecuencia, lo repulsivo de los crímenes y la explicación socialógica-causal de los crímenes. Veremos entonces cómo estos personajes imaginarios compiten entre sí llegando en ocasiones a insultarse. Así, por ejemplo, Sherlock Holmes, en Estudio en escarlata, critica los métodos de Dupin, y llega al extremo de llamar chapucero a Lecoq, personaje del novelista Gaboriau.
Esta competencia por ver quién es el más inteligente, alcanza extremos verdaderamente divertidos, llegando entre los autores de novela policíaca a normas muy rígidas en cuanto a la elaboración de la trama. Después de la primera guerra mundial (1914-1918) aparece en escena la escritora inglesa Doroty L. Sayers, decidida partidaria de la «novela-problema» y de lo que en adelante se llamará «fair play» o juego limpio.

De acuerdo con las normas de este juego, el lector debe tener en cada momento los mismos datos que el detective de la novela, de manera que sea capaz de averiguar por sí solo quién es el criminal antes de cerrar la última página.
Las normas elaboradas a partir de la formulación del «fair play» se van volviendo cada vez más rígidas, llegándose incluso a reivindicar las unidades de lugar, tiempo y espacio del drama clásico. Hemos llegado al punto en el que los cadáveres parecen de plástico, puesto que son sólo una excusa, y en el que las novelas nos recuerdan los juegos de inteligencia que ocupan las páginas de pasatiempos de periódicos y revistas.

 
martes
  MUJERES DE NOTA ROJA
Habemos unas cuantas que llegamos para quedarnos. Largo es el camino que le damos a la palabra. Más lejano, más contundente el que habituamos a caminar con las palmas. En la palma de la mano va el espacio, el tiempo, la profundidad del mar con su obscuresencias y las algas marinas jugando a hacer cosquillas. Las cuartas partes de nosotras son esponjas amarillas que guardan para sí toda el agua que se nos vierte dentro. La primigenia nota musical que nos agota es el aullido/jadeo/respiración de un amante recostado sobre nosotras. Nos cabe una plantación de algodón en la matriz, una serie impar de rizos dorados, un ventanal sin cortinas y sin delotroladodelmundos. Cuando la lengua de un hombre se posa sobre uno de nuestros pezones recortamos con tijeras las amarras del mundo. Sacamos con cubetas todas las congestiones blanquecinas de los volcanes submarinos. Ahí hacemos grietas que se asemejan a nuestras vaginas. Posamos en las fotos para que las focas y los pingüinos de Futurungo tengan flores y catarinas que adornar en Navidad. Comemos poco el día del amor para languidecer más fácil sobre los brazos de los ogros montañeses o los príncipes ermitaños. No damos concesiones. Si nos enamoramos le damos la espalda a la cordura. Tenemos la ventaja de venir de una casa en la que no se exige hora de llegada ni tarjetón de virginidad. Somos vírgenes como Enriqueta, vírgenes terrestres. Aquí nos coloca el hado, en lo café del planeta. Aquí derramamos la sangre que baña los manantiales de noche, cuando nadie los ve. Distribuimos el amor en sobres de colores y lo mandamos por correo a visitar otros continentes. A veces somos quienes la hacemos de carteras y mensajeras. No somos palomas, ni pichones, ni aves de rapiña. En todo caso nos gusta ponernos alas para hacer el amor sobre alfombras de tela o de pasto para en el aire dibujar sombras abrazadas de la luna. En nuestra axila escondemos abrazos que soltamos al primer zarpazo. Llevamos vida de putas para convertirnos en ángeles, o viceversa, da igual. Masticamos uvas, hierbabuena, bugambilias y vomitamos cuentas de collares sobre la espalda o el pecho de otras mujeres o de hombres/abraz(s)adores. Algunas veces sentimos la muerte y creemos ver la luz que los que dicen que la vieron, vieron (o no). A veces silencio o ausencias ajenas nos contagian y nosotras mismas nos convertimos en silencio y en ausencia. Nos quieren cobrar ciertas cuentas y nos retorcemos y cerramos los ojos: no nos atrevemos, por compasión, o por miedo, a decirles que ya no los queremos. Cargamos con una oveja en el brazo cuando caminamos hacia el territorio nuestro, único, sectario, exclusivamente femenino. Ahí descansamos del amor o más nos buscamos. Salimos corriendo para subirnos a los árboles a buscar nombres. Tejemos combinaciones. Hay una urdimbre mundial de productoras libres asociadas en cooperativa. LLevamos mal las cuentas porque a veces una voz nos dispersa, nos desatiende y regresa. Les ponemos ruedas a los carruajes para que se vayan las que quieran ser Medeas. Acorralamos a nuestros padres en un amor elektrizado que no tiene vigencia, frontera ni escapatoria. Sobre un espejo ponemos la cara de nuestros amantes y más allá de su amarrres, sus lunares, barbas o posturas corporales buscamos en sus ojos el reflejo de los petirojos. Si habita en ellos la belleza nos apoderamos de ellos y los amamantamos. Buscamos más de uno porque nos sobra espacio, tiempo y risas. Nos gusta bailar con ritmos distintos en diversos complejos copulares. No coleccionamos nada. Si no hiciera frío buscaríamos portar menos vestidos o hacerlos de migas de pan o tapizarnos de arena o enredarnos en manto de cielo. Más fácil nos disponemos a la vida; la muerte es un mal que apetecemos hipócritamente porque cuando nos vemos en la necesidad recurrimos a ella, pero siempre que ésta obstaculiza un beso, un abrazo, un entrar de ellos en nosotras, no le damos la cara sino la espalda. Nos acobarda lo ya, lo así, lo deningunamanera, lo yanimodo, lo esqueyo, lo déjamepensar. La nonegésima parte de nuestras células vive de danza compartida. Habemos unas que nos vamos, pero nos quedamos.

A. Andares. 30 de abril de 1999.
 
lunes
  Ajá, escucho y respondo en los momentos de silencio.

No era mi intención engañarte pero eso del optimismo no me desagrada. Siempre que se le entienda como una actitud y no una creencia, como algunos llegan a suponer. Aunque coincido con vos en eso de que las piedritas en el zapato que recuerdan lo que siempre hay que tener presente. También creo en el buen uso de las bombas para detonar lo que de por sí es explosivo, la mentira del bienestar.

Y es que eso, que cuando uno anda por la calle y le preguntan que cómo está, uno afirma que bien por simple cortesía, por que la pregunta no es esa y la respuesta no espera responder eso, sino abrir al diálogo lo más constructivamente posible. Imagínate que fuéramos por ahí respondiendo que estamos mal y luego esa retahíla de preocupaciones que sólo nos sumirían en el fango más que recordarnos que estamos rodeados de él, que el suelo mismos que pisamos es eso: fango. No se trata de eso, creo.
 
viernes
  Queridos mamá y papá,

Este nuevo lugar no termina de hacerme mucho bien. Es como un paseo que no termina. Ahora me doy cunte que, desde mi llegada, sólo adopté una nueva obsesión. Producto de la obsesión, me encuentro, todos los días intentando algo nuevo (no necesariamente un texto).

He conocido tanta gente, con tantas manías. Uno que inicia su blog durmiendo; uno que, quizá siguiendo un metafísico ejemplo, ahora pasa los días cargando. Una maniático del periodismo, de la crónica. Una poeta electrizante. Una enloquecida mujer que no se basta así misma y que ahora es muchas, muchas convirtiendo en plenitud los días. Una que es una tabla de direcciones y buenos ratos. Uno que increpa, vomita y se va a dormir. Pura gente pacífica y de buen ver.

Por eso siento que todo es como un gran álbum de fotografías que relata bodas a las que nunca fuimos, de familiares que no conocemos. Por eso se siente uno como un ser ajeno. Por eso me recuerdo siempre como un recién llegado. Me sé es que soy un novato. No obstante, he de decirles que no hay porqué preocuparse: después de un rato se logra estar bien, se acostumbra a la humareda y a uno que otro pretensioso. En serio que aquí hay unos tipos a todo dar.

El blog no es un lugar de ejercicio ni un lugar dónde archivar textos, no es un lugar donde ensayar redacciones ni un cuaderno de notas, es una comunidad de preparatorianos. El sexo y las drogas abundan. Pocos textos políticos y muchas reflexiones del individuo ante el mundo. En serio, parece ser que puro reventado hay en esta tierra sin territorio.

Miguelo
 

  Voy presuroso sobre una rauda descripción. Son trazos dispersos de un dibujante abstracto. Rincones donde me exhibo como nunca, como con nadie. Es el monólogo de un café. Es el hablar sin objetivo, sin afán de convencer. De pronto hace falta... grita por dentro. Es entonces que uno se encierra y escribe, o sale a un paseo que le permita imaginación y gusto. Recuerdo por ejemplo que la vez que mejor me fue con cerca de un gramo de cocaína dentro ocurrió en soledad y eso pese a que aquella droga es propia de la altivez gallarda que sólo en público puede exhibirse.

Entonces, y sólo entonces, puede uno acudir a Philip Marlow o a Holmes, al padre Brown y a ese tipo de eminencias solitarias que suelen prescindir de testigos que los admiren y que prefieren los testigos silentes, los lectores de sus aventuras. Callo y observo, me presto atento al desgraciado mundo de las incuerencias: la gracia no lo habita todo, lo traspasa.
 
martes
  Esencia fracturada: en el término de dos minutos probable explosión 
  "En 1945 los términos del razonar tenían la misma presunción lingüística que había heredado de la metodología cartesiana y del empirismo. La realidad se transforma mediante el análisis de unas experiencias y la acción a partir de unos presupuestos"
Manuel Vázquez Montalbán

Una vieja carta
Ha pasado tortuosa la mañana, y la tarde comienza ya a teñirse de noche. Es entre las calles de la colonia vecina, aquella brutalmente atravesada, cuadra por cuadra, por los ríos más diversos; es de allá la escena que me dispongo a narrar.

No porque tenga algo de extraño, pero me resulta lo menos un gesto honrado el ubicarte en el café donde, sin tu aprobación, nuestro encuentro tiene lugar. El local cargaba en el cristal de su fachada con el pomposo estigma: "El café del arrabal, cafetín del barrio". Contaba, además del buen gusto por los percheros, la fascinación desbordada por Carlitos Gardel. Frecuentes eran los rincones de terciopelo enamorado que se disputaban con petulantes espejos los metros en las paredes, espejos que reflejaban rincones de terciopelo enmarcado disputándose con espejos que reflejaban espejos y uno que otro comensal.

Gardel extendía su voz mientras me imaginaba yo departir con una sonrojada francesita que había tenido la bondad de tomar las riendas de su corcel para avanzar al cine o al teatro o algún espectáculo donde fuera ella, una vez más, trémulo espíritu. Dentro del café quedaba yo reflexionando en pos de lo dicho en tu última comunicación. Describías, según recuerdo, algo como el alivio.

Sumamente contento me hiciste recordar el buen sentimiento de cargar con incentivos bajo el brazo, ideas que distraigan el rutinario andar del pensamiento. Me recordaste ese bobalicón orgullo de un hombre en paz tirándose al sol.

En el café, carente de la humareda propia de un arrabal, no hacía frío y sin embargo un escalofrío me obligó a estremecerme. Cerré de inmediato los ojos a un burocrático rastreo de documentos, callé el permanente escándalo de los oídos bombardeados por la estupidez, aplaqué el ansia para permitirme meditar un poco.

Fue entonces que finalmente me vi con vos, frente a frente, en el mismo café que insistía, voluntarioso hasta la ternura, con ser arrabal. El procedimiento, invariable, se repite. Es la ritualística del diálogo: Llegados a la mesa se vierten de un sólo golpe, como un llamado a la confianza, los elementos que habrán de tramitarse.

"La razón, un análisis filosófico". Hube de creer por un tiempo que la filosofía trataba sobre la mejor forma en que las verdades podían expresarse. En consecuencia, la principal molestia radicada en el filosófico devenir de su invariable decir verdades. Exhibir lo evidente, exponer lo obvio. Mi creencia sosteníase en el uso práctico y positivo de la filosofía.

Como todo conocimiento, y como toda ilusión, ella fue empleada y su salario ha sido la fama. Y debido a que la filosofía... quiero decir, los discursos filosóficos son justificación de actos y actitudes, en mis años de CCH la visión fundamentalista situada en el individuo fue mi predilecta: si yo no ví pasar al conejo, ¿en verdad pasó? Puesto que esa postura estaba alimentada por la esencial adolescencia preparatoriana, dicha visión no prosperó en mí, gracias a Dios!

Ahora, sin tenerlo del todo claro, pero afirmándolo categóricamente (faltaba menos), supongo que la filosofía pretende exponer no ya verdad sino la mentira. (Y es que en la escéptica actualidad, todo, desde los reventones hasta los discursos filosóficos, pretenden desvelarlo a uno). Mostrar lo que el telón de la mentira ocultaba. Y es que supongo que la filosofía tiene en el ánimo moderno un signo negativo, una opción que en vez de afirmar niega, aquello que en la infancia me enseñaron a llamar crítica.

En la pequeña taza del segundo expreso se pueden observar los rastros de sus negras intenciones. Ir por un tercero sería efecto de la ansiedad nada confiable. La cerveza y el vino se sirven, dicen ellos, sólo con alimentos. Ya tuve suficiente con este "café de arrabal", me digo mientras salgo a deambular por las calles. Tienes la palabra vos, yo miraré en silencio el pavimento bajo nuestros pasos.

Miguelo 
lunes
  Sobre el "political correctness"
A diestra y siniestra. Estados Unidos es el país de los excesos, eso lo sabemos todos. Pero hay uno que me llama particularmente la atención. No todos lo saben, pero gracias a diestros movimientos políticos de los sesenta, las minorías (no numéricas, sino políticas) pusieron en jaque al discurso identitario de un país WASP (White Anglo Saxon Protestant). Mujeres, negros, indígenas, hispanos y también orientales, así como homosexuales reivindicaron sus particulares identidades para exigir su inclusión política y social. Reivindicándose como diferentes exigían igualdad de condiciones. Así, en trabajos públicos y en universidades, principalmente, más que aceptar a los más capaces se trató de incluir a los más capaces de los distintos grupos sociales. En México llamamos a esta práctica cuotas, y sólo es usanza reciente de algunos partidos políticos: la inclusión de mujeres en un número no menor al treinta por ciento del total de candidatos a elección popular.

Recuerdo una parte de la autobiografía de Malcom X donde desgranó, de modo particularmente asombroso, el modo en que semánticamente organizábamos lo blanco y lo negro, y cómo esta organización semántica se llevó al plano de las razas. Como consecuencia de estos movimientos sociales, y con el avance de los análisis de Jaques Derridá (sí, con acento), del análisis del discurso, la susceptibilidad a los comentarios racistas y sexistas fue creciendo, sobre todo en los espacios académicos, aunque también en otros espacios. ¿Quién no ha oído la expresión: la gente de color? ¿De color? ¿De color rosado, verde o naranja?

Y, sin embargo, sigue habiendo un grupo al que se le excluye de nuestro cotidiano modo de ser y hacer, al que despreciamos con nuestro cotidiano lenguaje, del que no aceptamos su diferencia. Sin pretender hacer una defensa heroica de su particularidad, quiero enunciar una serie de gestos que expongan cómo nuestra comodidad es la dificultad de otros.

Las manijas de puertas y estufas se abren de izquierda a derecha, de modo que el movimiento que se requiere para activar el mecanismo de apertura tiene que realizarse con la mano derecha, con la izquierda es necesario torcer el cuerpo. Escribimos de izquierda a derecha de modo que aquellos que son más diestros con la siniestra, tienen que torcer el brazo para ver lo que escriben y cuidar la caligrafía, además de no ensuciarse el canto de la mano. Más aún, las sillas con paleta en las cuales tomé clase y escribí mis apuntes escolares estaban hechas para diestros y no para zurdos, estos tenían que, una vez más torcer el cuerpo para escribir. Aún más, los relojes se leen de derecha a izquierda, los turnos en el juego cumplen el requisito de esa misma dirección. No hablemos de las tijeras o de los abrelatas, instrumentos diseñados sólo para derechos. Hay gente derecha, gente diestra para algunas actividades, mientras que otros son siniestros y zurdos (término que señala también a aquellos que no cumplen con la rectitud sexual y batean del otro lado).

Pero la conciencia del lenguaje que se emplea cotidianamente dejó de ser tal y se convirtió en la constante precaución enunciativa. Hasta superar lo racionalmente tolerable e imponer una pureza moral del lenguaje que, en ocasiones y aveces de manera siniestra, no era más que una justificación a la hipocresía. El árabe se escribe de derecha a izquierda, ¿será que allá son excluidos los derechos? Claro, tiene que ser así, pues como todos comenzamos a saber, los árabes son en verdad siniestros: traen dentro de sí la plaga del terrorismo.

El PC es la historia de los excesos. El PC, no el Partido Comunista, se entiende sino el Political Correctness. Una historia de excesos que ha llevado al absurdo. Quizá, los zurdos toman venganza siempre nos vemos al espejo: cortarse el cabello frente al espejo, déjenme decirles, es una verdadera hazaña.
 


























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