Cuando faltan cronopios

Crónicas de ciertos amigos que llegué a conocer


martes
  Cada cumpleaños :

"... verme en ningún lugar, estar siempre ahí, dudando para qué lado dirigir mis proximos movimientos, mis deseos, las pocas monedas que tengo en el bolsillo. Y caigo fuerte y rápido en la idea de que cada vez que pasen los años, será una y otra vez la misma canción, la triste nostalgia tanguera que invade parte de todas mis sensaciones." 
viernes
  De pronto una historia se entromete en mi cabeza: érase una vez un rey triste, triste, triste. Este rey tenía una corona muy pesada que no podía quitarse. A diario lo invadía el miedo. Temía que nadie reconociera en él, en él que era pequeño por naturaleza y diminuto de estatura, a un rey, al rey en que se había convertido. Con la corona a cuestas, el rey sufría el insoportable peso de su investidura. Le pesaban por igual la corona y la responsabilidad de cargarla. Era un rey que vivía triste, muy triste. 
jueves
  De Rayuela, capítulo 44.

Le dice Manolo Traveler a Talita:

“[ …] No es por Horacio, amor, no es solamente por Horacio aunque él haya llegado como una especie de mensajero. A lo mejor si no hubiese llegado me habría ocurrido otra cosa parecida. Habría leído algún libro desencantador, o me habría enamorado de otra mujer. Esos pliegues de la vida, comprendé, esas inesperadas postraciones de algo que uno no se había sospechado y que de golpe ponen todo en crisis. Tendrías que comprender.” 
miércoles
  Un pornosoneto de Me caigo y me levanto

Cuando me intima así tu espada enhiesta
empiezo a secretar adrenalina
me veo apuñalada en una esquina
del colchón somnoliento de la siesta
pupilas y pezones en alerta
indican el momento de la huida
comienza a preparase mi guarida
y entonces soy la yegua más despierta
dispuesta a cabalgar hasta la cima
a hacerle frente a toda aquella juerga
no le temo a la altura ni a tu verga
la tengo dominada estoy encima
y en premio a mi gozada valentía
acabamos muriendo de alegría 
lunes
  ¿Ya lo había publicado? No creo.


Me caigo y me levanto

Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma y de golpe, un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurriría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablemos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada. Contra lo que pasa se impone pacientemente la rehabilitación. En lo mas recaído hay siempre algo que pugna por rehabilitarse, en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda, en los poemas de Pérez, en Pérez. Todo recayente tiene ya en sí a un rehabilitante pero el problema, para nosotros los que pensamos nuestra vida, es confuso y casi infinito. Un caracol segrega y una nube aspira; seguramente recaerán, pero una compensación ajena a ellos los rehabilita, los hace treparse poco a poco a lo mejor de sí mismos antes de la recaída inevitable. Pero nosotros, tía, ¿cómo haremos? ¿Cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta donde hemos recaído en el sueño o en la ducha? Y si sospechamos lo recayente de nuestro estado, ¿Cómo nos rehabilitaremos? Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe donde se está. Probablemente Icaro creía tocar el cielo cuando se hundió en el Mar Epónimo, y Dios te libre de una zambullida tan mal preparada. Tía, ¿cómo nos rehabilitaremos?

Hay quien ha sostenido que la rehabilitación sólo es posible alterándose, pero olvido que toda recaída es una desalteración, una vuelta al barro de la culpa. Somos lo más que somos porque nos alteramos, porque salimos del barro en busca de la felicidad y la conciencia y los pies limpios. Un recayente es entonces un desalterante, de donde se sigue que nadie se rehabilita sin alterarse. Pero pretender la rehabilitación alterándose es una triste redundancia: nuestra condición es la recaída y la desalteración y a mí me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera, que por lo demás ignoro. No solamente ignoro eso sino que jamás he sabido en qué momento mi tía o yo recaemos. ¿Cómo rehabilitarnos, entonces, si a lo mejor no hemos recaído todavía y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados? Tía, ¿no será esa la respuesta, ahora que lo pienso? Hagamos una cosa: usted se rehabilita y yo la observo. Varios días seguidos, digamos una rehabilitación continua, usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo. O al revés, si prefiere, pero a mí me gustaría que empezara usted, porque soy modesto y buen observador. De esa manera, si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación, mientras que usted no le da tiempo a la recaída y se rehabilita como en un cine continuado, al cabo de poco nuestra diferencia será enorme, usted estará tan por encima que dará gusto. Entonces yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente, pondré el despertador a las tres de la mañana, suspenderé mi vida conyugal y las demás recaídas que conozco para que sólo queden las que no conozco y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos, tía, y será tan hermoso decir: Ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado, el mío todo de frutilla y el de usted con chocolate y un bizcochito.

(Julio Cortázar) 
domingo
  César Fernández Moreno: Una cosa es ser veloz
y otra ir cuesta abajo...

En la Valija 
miércoles
  De Anibal Ponce: "Cada vez que en un régimen social se sospecha obscuramente la inminencia del derrumbe, se ve siempre surgir como un síntoma infalible la necesidad de un retorno a la naturaleza"

Educación y lucha de clases 
sábado
  Para un mejor amor


Nadie discute que el sexo
es una categoría en el mundo de la pareja:
de ahí la ternura y sus ramas salvajes.
Nadie discute que el sexo
es una categoría familiar:
de ahí llos hijos,
las noches en común
y los días divididos
(él, buscando el pan en la calle,
en las oficinas o en las fábricas;
ella, en la retaguardia de los oficios domésticos,
en la estrategia y táctica de la cocina
que permitan sobrevivir en la batalla común
siquiera hasta el fin de mes).
Nadie discute que el sexo
es una categoría económica:
basta mencionar la prostitución,
las modas,
las secciones de los diarios que sólo son para ella
o son sólo para él.
Donde empiezan los líos
es a partir de que una mujer dice
que el sexo es una categoría política.
Porque cuando una mujer dice
que el sexo es una categoría política
puede comenzas a dejar de ser mujer en sí
para convertirse en mujer para sí,
constituir a la mujer en mujero
a partir de su humanidad
y no de su sexo,
saber que el desodorante mágico con sabor a limón
y jabón que acaricia voluptuosamente su piel
son fabricados por la misma empresa que fabrica el napalm
saber que las labores propias del hogar
son las labores propias de la clase social a que pertenece ese hogar
que la diferencia de sexos
brilla mucho mejor en la profunda noche amorosa
cuando se conocen todos esos secretos
que nos mantenían enmascarados y ajenos.

Roque Dalton empezando a entender apenas el feminismo. 


























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