Voy presuroso sobre una rauda
descripción. Son trazos dispersos de un dibujante abstracto. Rincones donde me exhibo como nunca, como con nadie. Es el monólogo de un café. Es el hablar sin objetivo, sin afán de convencer. De pronto hace falta... grita por dentro. Es entonces que uno se encierra y escribe, o sale a un paseo que le permita imaginación y gusto. Recuerdo por ejemplo que la vez que mejor me fue con cerca de un gramo de
cocaína dentro ocurrió en soledad y eso pese a que aquella droga es propia de la altivez gallarda que sólo en público puede exhibirse.
Entonces, y sólo entonces, puede uno acudir a Philip Marlow o a Holmes, al padre Brown y a ese tipo de eminencias solitarias que suelen prescindir de testigos que los admiren y que prefieren los testigos silentes, los lectores de sus aventuras. Callo y observo, me presto atento al desgraciado mundo de las incuerencias
: la gracia no lo habita todo, lo traspasa.