Cuando faltan cronopios

Crónicas de ciertos amigos que llegué a conocer


lunes
  El carácter inestable del lenguaje define la vida en la isla. Nunca se sabe con qué palabras serán nombrados en el futuro los estados presentes. A veces llegan cartas escritas con signos que ya no se comprenden. A veces un hombre y una mujer son amantes apasionados en una lengua y en otra son hostiles y casi desconocidos. Grandes poetas dejan de serlo y se convierten en nada y en vida ven surgir otros clásicos (que también son olvidados). Todas las obras maestras duran lo que dura la lengua en la que fueron escritas. Sólo el silencio persiste, claro como el agua, siempre igual a sí mismo.
 
Ricardo Piglia
 
jueves
  Sobre miedos y marchas Es precisamente la dimensión social la que se empaña por las exigencias de la más grande manifestación política de los últimos tiempos en la Ciudad de México.

Si hemos dicho que la manifestación contra la inseguridad es una manifestación política, no podemos dejar de advertir una contradicción de términos, de palabra y acción en esta manifestación que niega su responsabilidad política, oculta su ideología fundamental (ese orden de ideas, jerarquzación de valores de toda actividad social y política y que, en este caso, pone como valor fundamental la seguridad individual, por encima de la alimentación, la educación, el respeto y el amor) y empaña las exigencias sociales que le dan sustento. Con este revoltijo, no queda más que pensar que a la buena voluntad de los asistentes, el sentido general de esta acción colectiva se tergiversa y puede ser susceptible de ser manipulada. Este temor no carece de fundamento histórico, pues la concentración de multitudes ha sido una de las formas tradicionales del ejercicio de la presión política. En este marco, no es la marcha en sí lo que puede otorgar luces sobre su sentido general y su proyección social, sino el contexto de las fuerzas en movimiento.

Antes de abordar este análisis político, me pregunto si el sentimiento de miedo puede convertirse en un valor social. El miedo, el miedo a lo que vendrá, alo que puede ocurrir. El miedo parte siempre de una visión del futuro.

Decía Freire que es nuestra condición histórica la que hace nacer en nosotros la preocupación por el devenir. En consecuencia, el deambular presente se encuentra matizado por la imagen de futuro que soñamos y creamos, y empuja a, por lo menos, dos actitudes diametralmente opuestas: la espera y la esperanza.

Mientras la primera advierte un dejo, un abandono del ser, un dejar acontecer al destino (se conozca o no, se comprenda o se ignore), la segunda se desprende de un empuje personal y comunitario, de una imagen del futuro con la cual los individuos, en tanto integrantes de una comunidad que comparte dicha imagen, se comprometen.

El compromiso con que se enfrenta al futuro, propio de esta segunda actitud, está claro, aplaca al miedo (aunque no lo desaparezca): confrontándolo hace de él combustible de nuestros cotidianos vehículos. Si bien no estoy del todo seguro de qué ocurre con la actitud de espera, imagino que la comprensión del futuro, la adivinación del destino aplaca al miedo con su pesimismo desangelado. Sin heroísmos posibles, sin la voluntad martirológica (siguiendo el curso de las críticas que los intelectuales neoliberales han hecho a la izquierda) esta posición cuenta con una agudeza crítica que despedaza los discursos de la esperanza. Con su ironía desencantada o con vil cinismo, esta actitud cuenta con las virtudes lógicas de descalificar todo argumento que apele a la emotividad esperanzadora.

En el caso de que la espera parta de la ignorancia absoluta del futuro, la incertidumbre anima imágenes absolutas del devenir, imágenes sin matices, que no aceptan la diversidad de perspectivas, que impiden el acuerdo con la diferencia.

En ambas es la voluntad de algo ajeno a los individuos (la voluntad divina en sus múltiples rostros: el científico, el esotérico, el “político”) lo que interviene, transforma y define el futuro. Nuestros temores liberales que pugnan por la preponderancia del individuo y las visiones comunitaristas que imponen la voluntad de un todo sin forma, son ambas expresiones milenaristas. El signo de izquierdas y de derechas no hace más que ocultar las diferencias profundas de nuestros tratos con el futuro.

Me queda claro, entonces, que el miedo, pese a ser un sentimiento que anima actitudes sociales, no es ni puede ser un valor social. ¿Qué defiende una manifestación contra el miedo? ¿Qué valores promueve? ¿Qué imagen de la sociedad postula está manifestación? Finalmente, ¿qué manifiesta?

Su grito de ya basta no identifica sujetos, fuerzas, ni tendencias. Se presenta ante un muro (el miedo al devenir) y exige una respuesta salvadora. Ni el miedo es un valor humano, ni tampoco lo es la ausencia de miedo, pero no podemos perder de vista que sobre él (con su ayuda, con su poder de manipulación, con su indiscutible convocatoria) se construyen universos sociales, estructuras valorativas e ideologías. ¿Pondríamos nosotros al miedo a la violencia como nuestra principal preocupación? ¿Qué lugar ocuparía el miedo al hambre, a la ignorancia, a la irresponsabilidad, a la corrupción, al desalojo? ¿Cuál es nuestro peor miedo? ¿Por qué es precisamente ese y no otro? ¿No será que nuestros miedos son desorganizados, absolutos, inconexos y también manipulados? 
lunes
  Carta a los manifestantes He de decir de antemano que ante el impactante resultado de una acción política que surge del egoismo, el deseo inapalcable por mantener la burbuja aislante y el mantenimiento de la propiedad privada por encima de todo valor social, es dificil expresar con claridad las diferencias que uno tiene con la manifestaciones en pos de la seguridad.

Es claro que en nuestra cultura damos prioridad a los procesos racionales que aquilatan lo acaecido, que nos permiten valorar las opciones del presente en términos de beneficio individual y del mejoramiento de las condiciones en las que nos desenvolvemos y que tienden a hacer planeación a futuro de nuestras acciones presentes y pasadas. En el marco de esta cultura, la seguridad (es decir, la posibilidad de que estos planes dependan en una mayor medida de nosotros mismos, sin estorbo alguno) es un valor fundamental. Desde la perspectiva de individuos que trabajan en pos de su beneficio familiar y personal, la inseguridad es entendida como aquella intromisión en los planes del presente y futuros.

Está claro que no hay motivo válido que permita que un agente intervenga en los planes que uno ha realizado, más aún, no hay justificación que valide que un agente se beneficie del esfuerzo propio. En pocas palabras, no hay agravio social más doloroso que algunos sujetos se beneficien del esfuerzo de otros, que rompan las reglas que tanto trabajo nos cuesta mantener y cumplir, que no haya castigo a quienes violentan el (implícito y explícito) acuerdo social.

Sin embargo, la manifestación por la seguridad tiene segundas y terceras lecturas, según se avanza en el análisis de las complejas relaciones sociales en que vivimos. Quedarse en el nivel que he expuesto hasta ahora es un crimen. El castigo que se exige a los individuos que violentan la norma (aquellos que ponen en riesgo la seguridad y tranquilidad de nuestro acuerdo inicial, de nuestro plan de vida) no lo ejerce cualquiera. Desde la estructura política en la que vivimos, y sobre la que se fundamenta nuestro acuerdo social, el Estado tiene la obligación de ejercer el castigo. Más aún, en tanto que cuenta con el monopolio de la fuerza aceptable (sólo él puede portar armas, sólo él puede dispararlas, sólo él puede privar de la libertad a los individuos) sólo él puede ejercer el castigo contra aquellos que violan las normas. La manifestación social por una mayor seguridad pide al Estado que cumpla con mayor eficiancia con esa obligación social. Sin embargo, en tanto que el Estado, como autoridad máxima de la actual organización social, no se limita a ejercer el castigo a los transgresores de la norma y cumple además funciones de beneficio público (entre otras: cobrar impuestos para mantener la estructura legal y policiaca que castiga a los delincuentes, promueve la productividad social y la generación de empleo, organiza el intercambio comercial al designar lugares donde se puede realizar el comercio, así como establece la prohibición de comerciar con ciertos productos) suele enfrentarse a la voluntad de individuos, familias y comunidades, siempre pensando en valores supremos, esto es, intereses comunes a todos los integrantes de la comunidad, intereses que son más amplios que los intereses particulares, intereses que toman forma en valores sociales que van más allá de los valores individuales y colectivos, valores que se construyen, se escenifican y se proyectan como valores universales.

En este sentido, no obstante el desarrollo de las concepciones sociales que pudieran beneficiar a todos, el liberalismo ha insistido en que esa máxima autoridad social que representa el Estado, debe de estar acotada para que el egoismo y el interés personal de las autoridades que cumplen funciones dentro del estrado no prevalezca sobre el interés público. Los liberales insisten, entonces, en el mantenimiento de las libertades públicas y privadas.

En el México del 2004, un buen número de individuos se ha organizado para pedir seguridad. ¿A quién le piden seguridad? En el contexto político, jurídico y social en que vivimos, la manifestación pública no pretende ser sólo un reclamo moral. Esto es, no se pide a los ladrones, secuestradores y demás delincuentas que abandonen el gusto por lo ajeno y que respeten la propiedad de todas las personas que, laboriosamente, han logrado conseguir casas, coches, reproductores de música, pesos y centavos con que compran ropa, comida, vivienda y entretenimiento.

La manifestación es una manifestación política que exige al Estado que cumpla su función social de garantizar el castigo a todos los infractores. Bueno, no a todos en general: a los secuestradores y ladrontes, principalmente. Exigir que el Estado cumpla su función de garantizar la seguridad es una demanda política: señala una necesidad social y exige, con el poder de la presión social, una acción contundente en los marcos de la legalidad. No es casualidad que en estos días se hable con insistencia del Estado de derecho. Este concepto, aunque suele referirse más a un ejercicio estricto del castigo, incluye la necesidad de que el ejercicio de la autoridad se limite al respeto de la estructura legal que señala, delimita y acota sus acciones.

Hay matices, sin embargo. La gente está enojada por la inseguridad y se manifiesta en las calles con la demanda dew que no haya un asalto ni un secuestro más. Pide castigo severo. Exige al Estado que cumpla sus funciones, pero en un grito desesperado exige que se vaya más lejos todavía y propone medidas legales que incrementen el castigo a los transgresores de la ley. No puedo olvidar que así se le llamaron a los zapatistas cuando, en 1994 (hace diez años), los zapatistas irrumpieron con un severo reclamo al Esatado mexicano, cuando un amplio grupo de indígenas y mestizos de Chiapas se organizaron para demandar libertades individuales, familiares y comunitarias, libertades políticas y sociales, libertades públicas, pues el modelo de desarrollo que proponía el Estado, que incluía una particular interpretación de las funciones sociales del estado (entre otras: cobrar impuestos para mantener la estructura legal y policiaca que castiga a los delincuentes y opositores políticos, gente inocente que interfiere en los intereses de aquellos funcionarios, caciques, industriales que prefiere invertir y extraer riquezas con la "seguridad" de que su inversión rendirá frutos; que promueve la productividad económica y el beneficio de los inversores por encima de un crecimiento de la producción y el consumo sociales; que promueve la generación de empleo, pero sin garantizar los mínimos derechos laborales, las condiciones para que no se violenten los derechos humanos y la integridad de los trabajadores; que organiza el intercambio comercial al designar lugares donde se puede realizar el comercio, que define que los productos manufacturados en el ejtranjero deben de ser promovidos con mayor intensidad que aquellos producidos en el territorio nacional y por las manos de trabajadores mexicanos).

La seguridad es un reclamo fundamental, pero no puede ni ser el primero, ni el único. Suponerlo así es asumir que la sociedad mexicana debiera mantener el derecho a la propiedad por encima de el derecho a la alimentación, al trabajo, a la educación, la vivienda, la cultura... derechos que también debe de garantizar
el Estado. Perder de vista la multiplicidad de obligaciones del Estado es suponer que en las elecciones elegimos procuradores de justicia solamente.

En consecuencia, me parece que antes de proponer, como lo hace ahora el correo electrónico de UN MÉXICO SIN DELINCUENCIA, no salir a la calle (7.-Cerraremos, todos nuestras puertas, hasta con dobles candados...toque de queda nacional) es necesario comenzar un intenso y profundo debate sobre las funciones del Estado, asumir nuestra responsabilidad ciudadana y participar de una profunda redefinición del Estado mexicano. 
miércoles
  Dice Asakhira
"A propósito de secuestros, ayer, casi cinco meses después de haber sido aprehendido, fue absuelto y liberado Epigmenio. Hace un mes Gerardo también lo fue.

Aunque era el mismo caso, la justicia mexicana, que es más caprichosa que una gata, además de que siempre hace trampa y mira por debajo de las vendas, no le pareció mal robarle un mes más de su vida. Supongo que nadie volverá a hablar de ello. Yo por mi parte le doy las gracias a Man, a Eduardo, a Jon, a Juan, a Ylek, amigos todos a partir del blog, así como a todos los que estuvieron dispuestos a brindarles su apoyo respondiéndonos."

Blog de Epigmenio León
Blog de Gerardo Sifuentes. 


























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