Características generales de la novela policíacaEn las narraciones de Poe se plantea tres temas que se van a repetir hasta la obsesión a lo largo de toda la historia de la novela policíaca, y que han quedado acuñados bajo las siguientes fórmulas:
1º. El recinto cerrado.
2º. La novela-problema.
3º. El detective analítico.
El esquema del recinto cerrado es simple; se trata de situar la escena del crimen en el interior de una habitación cuyas ventanas y puertas están cerradas por dentro, de manera que parece imposible averiguar por dónde puede haber escapado el criminal. Poe lo plantea con brillantez y con ciertos toques de terror en Los crímenes de la Rue Morgue. Pero no hay autor de novela policíaca que se haya resistido a abordar este tema en busca de soluciones cada vez más complicadas e ingeniosas.
Poe, como decíamos, crea el prototipo del detective analítico que sólo utiliza la razón y la ciencia para la resolución de los casos en los que interviene. Este personaje, llamado C. Auguste Dupin, no necesita de los grandes medios utilizados por la policía en sus investigaciones. Él trabaja con la mirada y con el pensamiento, alcanzando con estas dos herramientas conclusiones tan acertadas como sorprendentes. Pero en la literatura de Poe se dan también elementos de terror; lo siniestro todavía interviene como parte fundamental del relato. Así lo podemos apreciar en la descripción de los cadáveres de Los crímenes de la Rue Morgue e incluso en las consideraciones científicas que sobre los muertos por asfixia se llevan a cabo en El misterio de Marie Rôget.
Los autores que durante la segunda mitad y las postrimerías del siglo XIX van a desarrollar el método analítico, inventado por él, cargarán el acento en estos aspectos relacionados con la inteligencia analítica de su personaje, olvidando de forma progresiva las cuestiones relativas a lo truculento, una de las fascinaciones de Poe.
Un espíritu de competencia se apodera de los textos, dejando de lado, con frecuencia, lo repulsivo de los crímenes y la explicación socialógica-causal de los crímenes. Veremos entonces cómo estos personajes imaginarios compiten entre sí llegando en ocasiones a insultarse. Así, por ejemplo, Sherlock Holmes, en Estudio en escarlata, critica los métodos de Dupin, y llega al extremo de llamar chapucero a Lecoq, personaje del novelista Gaboriau.
Esta competencia por ver quién es el más inteligente, alcanza extremos verdaderamente divertidos, llegando entre los autores de novela policíaca a normas muy rígidas en cuanto a la elaboración de la trama. Después de la primera guerra mundial (1914-1918) aparece en escena la escritora inglesa Doroty L. Sayers, decidida partidaria de la «novela-problema» y de lo que en adelante se llamará
«fair play» o juego limpio.
De acuerdo con las normas de este juego, el lector debe tener en cada momento los mismos datos que el detective de la novela, de manera que sea capaz de averiguar por sí solo quién es el criminal antes de cerrar la última página.
Las normas elaboradas a partir de la formulación del «fair play» se van volviendo cada vez más rígidas, llegándose incluso a reivindicar las unidades de lugar, tiempo y espacio del drama clásico. Hemos llegado al punto en el que los cadáveres parecen de plástico, puesto que son sólo una excusa, y en el que las novelas nos recuerdan los juegos de inteligencia que ocupan las páginas de pasatiempos de periódicos y revistas.