Cuando faltan cronopios
Crónicas de ciertos amigos que llegué a conocer
Una pregunta ingenua, pero crucial:
¿por qué la Armada se resiste con tanta fuerza a aceptar publicamente gay en sus filas? Hay una única respuesta coherente posible: no es porque la homosexualidad sea una amenaza para la llamada economía " fálica y patriarcal" de la Armada, sino porque, por el contrario, la comunidad de la armada depende de la homosexualidad frustrada/negada en tanto componente clave del vínculo masculino entre soldados"
Zizek
Ayer
(me parece que fue ayer) escribía, cuando, de capa caída, iba por el callejón de siempre que, en medio de la noche, suele llevarme a mi casa.
Hoy, después de una larga nuche a la luz de las velas, el día entró resplandeciente por mi diminuta ventana, despertándome entre las brumas de la noche que todavía se alojan a mi lado, entre las ennegrecidas sábanas de mi desesperanza.
Es de día: gritan los muchachos que presurosos arrastran sus mochilas repletas de libros y cuadernos. Es de día, según lo anuncia la desesperación de los automóviles que insisten en hacer sonar sus bocinas sin lograr lo que creo que esperan: avanzar.
Es de día, me digo y me dispongo también a avanzar… al menos alcanzar el baño para drenar el alcohol que mí habita.
Es de día, pero no logro despejar la bruma de mi cerebro.
De la salud y la desesperanza
El ímpetu con el que estaba terminando el año se ha desprendido de mi piel con esa extraña manía que tengo de bañarme tallando con fuerza mi piel. Claro que echarle la culpa a la higiene por la pérdida del ímpetu parece un reclamo de algún artista de vanguardia, modernista o romántico entrando al siglo XX. En todo caso yo bien sé que mi ánimo, el ímpetu desbordado, se fue escurriendo irremediablemente por mi cuerpo, que lo sentí todavía en el momento en que se desprendió de mi pie derecho, que lo vi todavía dar vuelta en torno su destino. No me dio tiempo, sin embargo, de despedirme de él: estaba todavía sorprendido. Yéndose por la coladera de la regadera, mi voluntad se perdió de mí, dejándome como en cueros. Quizá fue simplemente que el agua de mi regadera pega muy duro.
Las noches en este nuevo estadío no son desagradables, sin por el contrario las mañanas las que me revuelven la conciencia. Una especie de culpa me inunda la piel y me corroe los huesos. Salto de la cama entonces para hacer unas lagartijas, pero mis brazos no hacen más que temblar bajo el peso de mi cuerpo: no me le vanto ni una sola vez. Me desplomo contra la polvorienta alfombra y quedo ahí, respirando tierra y maldiciéndome una y otra vez.
De esta especia de patetismo, los maestros de su puesta en escena son los gringos. Pienso en Toole, en Craver y especialmente en Fante. Y esta extraña habilidad quizá se deba a esa incontenible presión que la dicotomía éxito-fracaso obliga. Esa dicotomía que establece el orden social estadounidense, esa organización de clases opuestas pero nunca confrontadas pues es mucha la culpa, el abandono, la desesperación de los fracasados. Para evitar ese destierro de mi mismo propongo que la culpa recaiga en el agua, en el baño o en la higiene y se acabó.
Mi querido Jandro
Manito. Una vez más perdido, intrincado en los devenires cotidianos, encerrado en mis obsesiones. Héctor Lavoe canta “Yo soy el cantante”, y me conecto de manera estroboscópiaca con él, quien hizo del suicidio un desencuentro de dolorosas consecuencias. Escribo, como ves, desde el barroquismo de mi sentimiento y sin la capacidad clásica de la expresión clara, aunque nunca pretendidamente doctoral. Creo, en todo caso, que el barroco, como un lenguaje dirigido a las sensaciones y que intenta despertar sentimientos, hace de la práctica proselitista su voluntad férrea; no así la expresión clásica, que hace del pastoreo su actividad preponderante. Ninguna, por cierto, son actitudes dialógicas, aunque ambas puedan forzarse al diálogo.
Como ves, manito, me hago bolas con este primer escrito del año (¿al 17 de enero?). Deambulo como insomne por el cuarto de mis pensamientos y estoy, una vez más revuelto.