Dos
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La vi a ella cuando se escurría por el teléfono. Se había detenido un instante en sus tareas diarios y (aunque estuviera muy clavado, como dijo poco después) había decidido hablarle. Marcó el teléfono. Algo sabía de esa voz que contestaba, algo de ese timble le hacía temblar los huesos. Hablaron del diario pasar de las horas, de los trabajos interminables, de las tareas pendientes. Recordó cada uno por su parte, en silencio, lo mucho que se habían estremecido. Se despidieron evitando la intimidad. Llevándose en el corazón un pétalo fresco, una tonada, una caricia en la frente.