Sí
.
Sí te quiero y me llena de gusto estar con vos. Quiero verte siempre como estos días, imponiéndote radiante a la adversidad. Quiero hacerte feliz, siempre.
(Primero es el bienestar de uno y luego... la angustia de que el otro esté bien. Me reflejo, distraigo, me pierdo en el otro. Y cuando eso ocurre, simplemente callo.)
Algo así le dijo mientras iba callendo en un abismo de contradicciones.
Por eso, un día revisó el horoscopo. No quería pensar y buscaba palabras que pudieran darle sentido a la vida. No esperaba más. Palabras que sirvieran de ancla, de empuje, de simiento. Palabras que le permitieran compartirse a sí mismo, explicarse a sí mismo, estrujarse a sí mismo. Así, mismo, como siempre había sido. Asimismo no hizo más que escuchar y decir a un mismo tiempo: Sí, te quiero.
Como si querer bastara, como si escurriéndose en cariños fuera suficiente, como si la voz, como si la noche, como si...
Sí, te quiero. No hay más que decirlo y escucharlo. Te quiero. Te quiero tanto como a mí, que es muy poco. Te quiero, como una polea que carga un piano de cola. Te quiero como un rescate anfibio.
Me hundo en el tequiero de las noches y en el tequila de los días. Abro paso a la incoherencia.