Berrinche
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Estoy haciendo un gran berrinche. Con los padres, con la chamba, con mi vida: un gran berrinche. De pequeño lloraba mucho, pero no era ese llanto que obligaba a los demás a cumplir caprichos. Era sólo que no podía cargar conmigo mismo y que ante tanto mundo no sabía hacer más que llorar. Ese llanto, creo verlo ahora, sólo quería comunicarle al mundo mi existencia. Hace unos días regresé a llorar.
Los berrinches son formas de lidiar con la frustración, son una forma de la derrota, me han dicho, yo creo que no es más que el último suspiro antes de volverse a parar. Un berrinche es el llanto de un niño cuando está cansado, cuando tiene sed, cuando no soporta una determinada situación. Tiene un origen cierto e irrebatible, pero es una reacción exagerada ante el dolor y el agotamiento. Es una forma escandalosa de vivir el mundo. ¿Qué lo hace exagerado? ¿Lo escandaloso, el grito y el pataleo? ¿No será que precisamente ocurre que no nos permitimos el alboroto; que el control, el autocontrol nos obliga a llevar la tristeza dentro, sin mostrarla a nadie, con discreción? ¿Y por qué callarse si el llanto a moco tendido es tan bueno, sin nos relaja, nos permite sacarlo todo y es , a veces, la única forma de dormir?