Reporte 03 .

Lo primero que había que hacer: identificar los límites espaciales que se me designaron: Goodge Street, Tottenham Court, Charlot y Fitzroy.

Las instrucciones que logré rescatar del mundo virtual son pocas y bastante vagas, de modo que tuve que detenerme en un pub para recomponerme y planear detenidamente la estrategia. Una cerveza para tomar confianza y adaptarme al inglés masticado que hablan en esta ciudad.

A media cerveza, me percato de que los mapas de Londres que he conseguido en el undergraund no son suficientes. Ni las rutas de camión ni las del metro me explican lo que estoy buscando. Me acerqué a la barra del bar y solicité un mapa. Ya que estaba ahí, pedí otra cerveza stout, de esas grandes y cremosas cervezas que sirven acá, y regreso a mi mesa. Desde ahí, con un mapa más preciso, logro entender la línea de acción. Tengo que avanzar hacia el norte.

La cerveza me cae muy bien en la panza y me hace olvidar el hambre del viaje. A mi derecha una mujer exquisitamente guapa se queja de no tener dinero para pagar su departamento. Algo le dice a un joven exitoso, pero él se va y la deja viendo por la ventana. Saca su celular y comienza tremendo chisme con su amiga (supongo desde lo que escucho, distraído por lo que veo). El hombre exitoso regresa y yo, para no llamar más la atención, pido otra cerveza mientras le devuelvo al cantinero su mapa. La tercera cerveza me viene de maravilla y comienzo a entender los trazos finos a los que obliga mi investigación, entiendo los extraños y casi metafísicos vínculos que me han traído a mí a esta ciudad, particularmente a mí, en quien la nación y, usted, jefe, han depositado toda su confianza, como si de mí dependiera la paz y estabilidad de nuestro orgullosos sistema de justicia y administración, y que ahora mismo se encuentra en peligro por esta bola de alborotadores que desde Atenco y Oaxaca, desde Italia y este recuadro del mundo sajón, se conectan para poner de cabeza el orden y estabilidad que tanto trabajo les ha costado a las familias mexicanas, esto sin contar que el amor sólo puede ponderarse desde la tranquilidad que el Estado otorga y sólo desde esa confianza podremos vivir en armonía intercambiando nuestros cariños y, sepa jefe, que defenderé al amor donde quiera que se presente y lo descubramos colándose entre nuestras investigaciones y permitiéndonos reconocernos participantes de un mismo amor… universal.

Una pareja frente a mí habla de asuntos privados, supongo. No los escucho pero se sonríen cómplices y se visitan tímidamente con los ojos, se invitan a pasear, se avergüenzan, fingen pena y regresan al encuentro. Se alojan en las más íntimas habitaciones, se invitan a dormir y, a la mañana siguiente, tomarse el desayuno. Sus bocas no dicen mucho, pero ambos se escurren contra la pared, uno junto al otro, se otean de vez en cuando para reconocerse contrariados y profundamente excitados. Ella, con su fina nariz, con su cabello negro y su pálida piel de invierno está frente a mí: su coquetería me afecta, algo del amor que le comunica a ese bastardo me salpica y me pone nervioso. Es en verdad curiosa esta sensación: los gestos de amor no me están dirigidos, pero las gotas se esparcen, el amor me es rociado y me perturba. Pido otra cerveza.  ¶ martes, octubre 14, 2008