Es sólo la falta de fuerza
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Sonó el teléfono. Una, dos veces y a la mitad de la tercera convocatoria simplemente se interrumpió dando lugar al silencio, a un silencio nervioso.
Él lo vio, nada en su cabeza había mientras lo veía. Quizá le invadía algo como el susto, algo como la pasiva incertidumbre, pero sólo se le quedó mirando. No tuvo fuerza para acercarse a él y responderlo, no pudo mover su brazo, no pudo ni pestañear. No pudo responder su llamado.
Alcanzó sólo a ver su nombre en la pantalla. Y no hizo más. Después vino el silencio, un silencio que le hubiera gustado acompañar de una braza, del tiempo que mata un cigarrillo, del sólo estarse fumando sin mayor pretensión, pero ocurre que no fuma y no iba empezar en ese momento. Por lo demás, el güisqui estaba muy lejos, la radio apagada y la tarde cayendo.
La menguada fuerza de su ánimo no le permitía nada. El teléfono había sonado. Eso lo sabía por una especia de vacío en el pecho y por el sentimiento de haber faltado en alguna obligación. Quizá si hubiera sonado antes… o después. Quizá si no le hubiera interrumpido una idea tan clavada en la nada, en ella, en el abismo de un cansancio sin retorno al que se había de dedicado los últimos días. Un profundo abismo. Esa llamada ¿lo sumía, lo enterraba en ese abismo de incertidumbre, le reiteraba ese filo de interminable abulia que sobre su vida pendía lo desesperaba o… era el anuncio de un despertar?