Cuando faltan cronopios

Crónicas de ciertos amigos que llegué a conocer


martes
  Investigación 3-28-32-54 .
Tranquilidad Rosales. Sólo decir su nombre me llenaba el pecho, pero ahora ella estaba en algún lugar de la Selva, del Bosque, de la Ciudad y no podía hacer nada para acompañarme. Esa mujer que me sabía explicar a las mujeres se había ido a pasear a su mascota y a organizar brigadas contra el tétanos, la rubéola y la represión gubernamental. Tranquilidad Rosales repartía tranquilidad a quien más lo necesitaba y mi drama de investigador comprometido con mi búsqueda requería más bien de consuelo, de un oído atento, de una mano amiga, de la ternura de la que sólo era capaz la señorita Rosales.

Eso nos ocurre a los detectives que vagamos seguros de no tener vínculos, seguros de no tener asidero. Decía Carvalho que eso era lo mejor para la profesión, pero él también tenía quien le curara las heridas después de zangolotearse con alguno de sus oponentes. Seguir las recomendaciones de los sabios de la soledad no hace nada bien.

Hoy salí de casa con la boca pastosa: no podía quitarme de la garganta el sabor de su sexo. Sí, la tenía en la garganta. Se había metido hasta’l fondo y no podía quitármela de encima. “Una larga noche me envuelve y me encierra, me sobrecoge, me pierde”

Secretamente la había escuchado, cuando en un monólogo teatral decía algo de amores, la seguí a su primer encuentro con Mr. Atkinson, le había birlado la cuenta de correo y la intimidad, todo por el bien del caso, pero no había más caso que el que afanoso y obsesivo continué prestándole y ya no había escapatoria. “Gastándome la piel en recordar”, había decidido meterme al prostíbulo de la Rana y nada, después de unos tragos salí tan solo como había entrado.

“¿Por qué será la larga noche tan larga y alucinada y tan sola y tan desalmada si es sólo, si es sólo una larga noche?”

La historia de suspenso que tenía a Elsa tomada de un brazo, sin poder soltarse del majestuoso Atkinson, con sus múltiples intereses transnacionales y su sonrisa de millón de dólares, había quedado desplazada. No tenía el menor interés en advertir el modo en que Atkinson se iría metiendo en el país, poco a poco y con tanta contundencia como logró penetrar a Elsa. Yo sabía que Elsa le guardaba más que un cariño infantil, más que el recuerdo de su primera vez, más que una agradecida sonrisa. Elsa estaba entregada a ese elegante rufián y no tenía escapatoria. Pero de algún modo, Elsa había extendido esa red, esa telaraña en la que estaba y había decidido jugar conmigo.

Ahora estaba yo enculado, prendido de ella, con ella hasta la garganta, sin posibilidad de sacármela de encima. “La noche debiera ser larga aurora perfumada, diáfana y azulada; una sábana bordada de rumores y de amores; estrella de la mañana, invasora desvelada de mi ventana cerrada”

Si tan sólo Tranquilidad estuviera por acá, pero las condiciones se había radicalizado tanto que no había tiempo ni modo para la intriga. “Mi noche nunca es aurora que llega por la mañana. Es sólo larga cornisa que da la vuelta a la nada. Es sólo miedo mi noche, miedo lento, lento y largo, siempre lento, siempre dentro, dentro de una larga noche”.

Sólo el sabor de ella, una sabor profundo y amargo, una presencia irreductible, lastimera. 
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