Esto no ha terminado...
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Las cosas no van bien acá en casa. Habíamos salido a beber una cervezas a la cantina de la esquina y de buenas a primeras, no sé muy bien cómo, su pierna ya estaba encima de la mía. Al tiempo que hablábamos de las famosas e históricas huelgas que, por diversos motivos, han encabezado las mujeres al negarse al sexo, su rodilla era un juego de lego con sus múltiples y constructivas posibilidades. En un descuido, y mientras visitaba el baño del congal, la jalé para encerrarla entre mis brazos y una pared bastante roída. No sé muy bien si fue detrás de la silla en la que se sentaba o fue en ese fugaz encierro que pude hurgar en su espalda hasta descubrir la breve prenda, fijación perversa de extraños cuarentones. De un momento a otro, esa mujer, diminuta en tamaño y edad, pero una mujer al fin y al cabo, se colgaba de mí en un taxi, para ser espectáculo de una íntima reunión y tenernos abobados con un espectacular baile. Era la primera vez que la veía, que de verdad la veía y ya estaba ella entre dos hombres sintiendo el rigor de la ansiedad y el gozo de ser, una vez más, el centro de los acontecimientos. No pude más que decir basta y someterla al castigo de mis besos… pero la huelga seguía.