Investigación 6-8-13
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Salir de la oficina fue simplemente desastroso. Ella, quien me había contratado y me había estado mandando a lugares extraños para presenciar el conflicto, el desenlace de una investigación de la que era apenas un testigo; ella estaba ahí, a la salida de mi oficina. Fuimos a un bar cercano y ah me explicó lenta y detenidamente el caso: todo había empezado una noche en que la familia había invitado a un caballero inglés a cenar. La familia tenía, por supuesto, intereses económicos con el gentleman. Nada nuevo en esas infinitas noches en la mansión de los Terteinkan. Ella bajó, como era su costumbre, arreglada para la ocasión con un vestido de noche de gran escote. Se quedó mirando fijamente a ese hombre cuando le presentaron al invitado. Había algo extraño en esa mirada inocente, en esa paciencia infinita con que atendía a las preguntas de la madre y a los chistes del padre. Tarde en la noche, el caballero inglés se retiró, dejando en las manos de ella, justo cuando se despedía, un recado perturbador: “No estoy solo, y sin embargo algo me persigue”.
Comenzaba a entender algunas piezas de esta historia, cuando ella se acercó a mí, justo al momento de despedirnos y me dejó un recado: “Eres un imbécil si crees que no tienes opción. Él es apenas el reflejo de tus problemas y no queda más que averiguar quién lo persigue”.
Era ella, una vez más, hablando de sí misma, obligándose a actuar, a explicarse el mundo. Comenzaba a entender para qué me había contratado.