Investigación 10-24
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Hace ya algún tiempo que no la veía. Su caso se había ido complicando en la medida en que se aclaraban sus elementos. Tranquilidad Rosales, desde su papel de activista político, me había advertido sobre aquel hombre inglés que, una noche calurosa, había visitado a los Terteinkan, el caballero del sombrero de fieltro era Mr. Atkinson. Según Tranquilidad, él era un caballero que estaba buscando socios, mecanismos para ingresar al país con fuertes inversiones. Estaba interesado en la excavación de pozos de agua y en el establecimiento de gasolineras en toda la República. Tranquilidad Rosales me veía como desde un jardín, con la seguridad maternal de que yo lo entendía todo, pero justo cuando levanté la taza de café, divisó, política al fin, un gesto de superioridad que sólo la ignorancia oculta sabe manifestar. En verdad que no sabía de qué me hablaba. Atkinson quería hacer negocios con el señor Terteinkan. ¿Y eso qué? No entendía qué tenía que ver con Elsa y sus exquisitos labios.
“Hay veces en que los hombros son unos verdaderos papanatas. No importa si son guapos o feos, si son políticos o literatos pero algo en las caderas de ciertas mujeres los vuelve simplemente estúpidos”, dijo Tranquilidad mientras cerraba el closet donde me asomaba a mis ilusiones. “Hey, eso ya calienta. Digo, tampoco hace falta insultar”, dije con el resabio de dignidad que me quedaba.
Ella no dijo nada. Sabía que no había nada que hacer con esa mariposa que comenzaba a hacer estragos en mi rostro y en mi inteligencia. Mariposa les decía a las chicas que se me acercaban a pedirme la hora, a las chicas que me sonreían, a los deseos que nunca terminé de cumplir. Mariposas les decía en un pasado muy lejano, cuando Tranquilidad y yo aprendimos a querernos y quisimos aprendernos.