Investigación ¿Sería el amor ese misterio por resolver? En una cantina (de vuelta a una cantina) me encontré con Gonzalo para preguntárselo. Al ritmo de las fichas de dominó en una partida infinita, mientras jugábamos contra esa pareja despreciable de burócratas que nunca hablaba y que festejaban con soeces gestos cada una de sus victorias, quería preguntarle a Gonzalo. Ver si podía darme alguna luz. Con su eterno modo de poner las cosas en perspectiva, Gonzalo me comentó distraído, mientras cerraba el juego y contaba los puntos de nuestros contrincantes.

“En los últimos días, por ese afán extraño que tienen las cantinas de hacernos testigos de vidas extrañas, de vidas noveladas, se habló de un personaje que, habiéndole dicho a una muchacha que tenía mujer e hijos, inició con ella una relación, digamos, amorosa. (Gonzalo salió a cincos) Según la novela ella, la muchacha le agradecía la sinceridad. El contrato estaba claro desde un principio, había comentado un abogado que se había convertido, como se ve, de manera infructuosa a la filosofía.”

“Esta relación, continuó contando Gonzalo mientras veíamos cómo los burócratas respondían sin problemas a los cincos que repetíamos hasta agotarlos, esta relación continúa esquiva, escondiéndose y gozando, aunque, según se dice en el pronóstico del tiempo, con tremendo dolor para la muchacha. (Tapo el último cinco pues me hiere el maldito dos del burócrata) Hoy se sigue hablando de esta relación, pero hay un trono amargo cada vez que se le menciona. Quizá sea el signo de los tiempos, pero el liberalismo contractual se ha convertido en una descripción de la injusticia. (Gonzalo obliga a tapar el dos intentando con el tres) Él había sido sincero con su aventura, pero no con su mujer –nótese el código de propiedad que nuestro lenguaje impone a las relaciones). Él, pese a todo, dijo un atribulado compañero de viaje, no era justo en su amorío.”

-- ¿Justicia?, dijo uno de los silentes burócratas, mientras ponía la firme a cuatros. Pasaba Gonzalo y el burócrata a mi derecha. ¿No había aceptado ella el contrato?, concluyó emocionado.

--No hay salida en esas historias, dije yo, mientras obligaba, con la firme en unos a que el compañero Interventor de Gobernación tirara su firme y diera el gane con esa cuatro-tres, el bueno de Gonzalo.

“Hollywood nos ha enseñado que cuando se habla de una aventura, detrás hay un compromiso entregado y único, detrás de una aventura pasional está siempre la fidelidad y la historias de un solo amor, del amor verdadero. Si no, el irredimible castigo. (dos, 13, 24: 34) En esas historias hay siempre un código final que articula moralmente a la narración. (34 y 82 que llevaban) Hay que escoger. (116, ganamos) Puedo hablar del código económico que está en el fondo de esta enunciación, de la idea de individuo en supermercado teniendo que escoger sólo un producto, pero simplemente me parece absurdo. (Pongan sus cien pesos, compañeros). Así que, te digo Miguelo, en estas historias Dios castiga a los moralmente corruptos.

Como Gonzalo es ateo, empecé a verlo todo claro. La muerte de Pineda no era más que resultado de una intriga amorosa. De todas maneras, me dije, el misterio no podía descifrarse. Se mantuvo incólume desde antes de que Pineda, muy quitado de la pena, entrara al quite en la retadora, poniendo sus cien pesos en la mesa y sentándose a jugar con la chica más hermosa que Hugh Hefner haya podido inventar. “Y así, puesto en el banquillo de los acusados, me pongo frente a vos”, hubiera dicho si pineda tuviera alma de literato.

Mientras la chica con tetas de globo daba saltitos en su silla y poniendo suavemente la caja de chescos para iniciar la partida, me imaginé al imbécil de Pineda diciendo: “Si yo soy el culpable, ¿qué castigo me será impuesto? Si yo soy el culpable de historias que hemos hecho, ¿cuál es la responsabilidad del que hace de esas historias una verdad hiriente? Si hay un compromiso de intensidad y fidelidad, si tengo que amarla por obligación, como un asunto de justicia, te lo digo una y otra vez, no juego.” Gonzalo le había puesto un cuatro para reiterar la herida de un dos que le había incomodado. Pineda pasaba. No había más que hacer… y puse mi dos-cuatro.  ¶ viernes, enero 18, 2008