Recien conocido
Hace no mucho tiempo, a eso de las nueve de la noche, cuando me encontraba muy apaciblemente paseando por entre las calles de la ciudad con un rumbo desconocido y un ánimo meditabundo, me encontré de frente con Felipe Huerta. Este antiguo conocido siempre me inspiró una taciturna desconfianza, que se aminoraba con el paso de las cervezas y con ese humor picante y algo bobalicón que lo caracteriza. Ese día, enfundado en una gabardina que alguna vez fue café claro pegándole a beige y que ahora tenía un brillo platinado sobre un color gris desconocido, lo vi de frente mientras él avanzaba hacia mí extendiendo sus brazos, amenazando con un fuerte abrazo. Me temo que me lo encontré de nueva cuenta, y como ha venido sucediendo, para no desprenderme de él por un rato.