¿Nos encontraríamos al fin después de tantos años? ¿Cómo sabremos que cada uno es cada cuál; cómo sabremos reconocernos? Y cuando finalmente estemos frente a frente, ¿cómo haremos para arrinconar al tiempo y arrebatarle ocho años transcurridos entre barcos, carreteras y aviones, entre costas y continentes? ¿Cómo fue que no supimos hacer que nuestras noches fueran eternas? ¿Cómo hacer ahora para que la noche sea un suspiro permanentemente contenido; ese sobre salto, esa malteada de chocolate escurriéndote por la barbilla? Pero creo que me estoy adelantando, la única pregunta, la que verdaderamente ahoga el presente es si podremos encontrarnos después de tantos años.
- Algunos días después, en el cuaderno de Gonzalo, puede leerse:
En el espesor de la tarde, el recuerdo no es más que una superficie redonda, un detonador de emociones en desierto, una tanga anunciándose en la transparencia de un pantalón ajustado. A la ciudad ha llegado de nuevo el congestionamiento.
No hay de otra. Hay que ir a verla, congestionar de nueva cuenta el corazón para que, en medio del caos, se recomponga sólo. Hay que tomar al amor con las dos manos y acercar el rostro para urgarlo.