Palabra
He ansiado el momento en que pueda finalmente describir ese abundante temor que sentimos ambos bajo las estrellas de ese rincón nocturno.
He esperado que las aguas dejen de proyectarme contra las rocas, que abandonen esa voluntad enferma de arrastrarme hasta la sangre.
He deseado que el sosiego sea poco más que vulnerable y me permita entonces recrear el encuentro de esas emociones silentes que lo mismo arrojaban pedernales a un inagotable peñón de azúcar, que degustaba el amargo sabor de una esperanza quieta, quizá detenida en un café de arrabal.
He querido aplacar las súplicas del desamparo y no consigo más que un retortijón en la boca del estomago y un enjambre vuelto loco a la altura de mis ojos.
He increpado al destino para maldecir su benevolencia, su astilla incesante, su desgraciado humor de las seis de la tarde. Todo para tener un vago recuerdo y una frase marcada en el corazón: hay que tenerle confianza al enemigo.