"Mira, le dijo él al día siguiente, señalándole el mar que el sol llenaba de monedas, allá está la felicidad. ¿Existe? preguntó Rosana entre cerrando los ojos por el resplandor o por el miedo a verla. Sí, dijo él, los psicoanalistas dicen que es la realización de un sueño prehistórico, es un país donde nadie nos conozca y donde sólo nos duela el tiempo que hemos perdido.
Pero entonces no sabía que realmente estaba allá y entonces ni siquiera estaba todavía allí.
Después, Bichito, ya supe en qué consiste, en qué calle vive, en qué piso, cómo se han gastado los zapatos, cómo duerme bocabajo, cómo se queja gatuna al despertar. Y si la felicidad no es esto de vivir contigo, dentro detigo, yo te prefiero a la felicidad
Y ambos rehuyeron hablar de ese porvenir que no comenzaba mañana sino hoy, como lo atestiguaban esos largos silencios en los que el proyecto de felicidad volvía a pertenecer a la mitología: una aldea de pescadores en Grecia, consoló amor, sin testigos, sin problemas de dinero o de ausencias. (Hasta que un día, le dijo Gálvez, saldrás corriendo a la ciudad a buscarte una mujer que no huela a pescado)."