Por mi parte, he estado pensando en los pueblos que me gustan: Xalapa, Oaxaca, San Cristobal, y se me van los nombres pero me voy yo con ellos a geografías en el norte de Puebla o en alrededor del lago de Patzcuaro, y me gusta sentirme libre y descansar viendo el horizonte montañoso, y sintiéndome comprometido con él. Porque para mí eso son las montañas: un compromiso con la tierra, un integrarse a ella, un convertirse en su protector y en su amante, en su hijo y en su siervo. El mar me disipa, me dispara, me distrae, impide que me concentre. La montania no. Con ella, la relación es íntima y es mutua.
De los libros de Leonardo Da Jandra, me gusta el segundo, porque en él deja la playa y se interna en la sierra de oaxaca. Es el más personal, aunque creo que no es el mejor. Ah, pensaba que quizá fue Da Jandra quien me obligó a leer la filosofía con cuidado. Puede ser, aunque no comparto, ya pasados los años, la matriz de sus pensamientos.
Me voy, si se trata de encontrar similitudes en los distintos rostros de su generación, por Marcos. En él encontramos el mismo interés por la otredad y por la posibilidad de entender a la naturaleza de distinto modo. La diferencia quizá es simbólica. El uno encuantra a un Español, filósofo, retirado de la guerra civil que lleva viviendo en playa Tortuga desde hace muchos años. El segundo al Viejo Antonio. El uno ensenia a leer filosofía y a discutir, al teimpo que da lecciones para vivir en la playa y en el monte, cazando venado, sobreviviendo por sí mismo. El otro, por su parte, aprendió eso por sí mismo, con otros guías y convirtiéndose él mismo en guía. De eso no nos habla, casi. Este aprendizaje es un proceso que toma un sentido radical, sin embargo con la filosofía de Antonio. Hay una síntesis de conocimientos, que debiera también ser contradictorio, pero esas contradicciones nos las deja a nosotros, sus lectores.
Da Jandra mantiene separados, aunque de manera complementaria, los dos tipos de conocimiento. Nos deja a nosotros la posibilidad de la síntesis. Unos, creo, se sentirán más cómodos, suponiendo que la síntesis es posible. La imagen de Da Jandra, pese a insistir en la vivencialidad (historicista, si ustedes quieren; filósofo de la vida, al fin y al cabo), nos deja sumergidos en un sueño en el que quizá podríamos convertirnos. Marcos, por su parte, nos deja con una serie de contradicciones. El sueño de esa experiencia no lo podemos compartir, nos enfrenta a nuestras contradicciones y nos impele a actuar.