Son tiempos difíciles, lo sé. Lo he venido sabiendo muy adentro desde hace ya muchos años. Por eso es que hay que hablar y escribir, decir y cantar.
Nombremos cualquier rincón del planeta y seamos perseguidos junto a homosexuales, lesbianas y transexuales; resistamos con las mujeres al impuesto destino de decoración idiota; resistamos con los jóvenes a la máquina trituradora de inconformismos y rebeldías; resistamos con obreros y campesinos a la sangría que, en la alquimia neoliberal, convierte muerte en dólares; caminemos el paso de los indígenas de América Latina y con sus pies hagamos el mundo redondo para que ruede. Como dice ese soldado que se dice subcomandante.
Narro entonces una historia:
En el momento en que se acabó la Segunda Guerra Mundial, en el tiempo en que se aceleraba el principio de autodeterminación en las legislaciones internacionales (tiempo que no duró mucho tiempo y que hoy en día parece extinguirse), sucedió también el tiempo en que, gracias a la maduración intelectual y organizativa por parte de los pueblos y líderes africanos,
África en su conjunto se decidió a mejorara su suerte de propia mano.
El concepto evolucionista de los pueblos había sido retórica de ambos bandos, independentistas y colonialistas, pero más recurrentemente usada, claro está, por los países colonialistas. Ellos arguyen que la autodeterminación radica en la capacidad de autogobernarse, y en la palabra capacidad se anuncia un paternalismo oculto, un desarrollo tecnológico de los aparatos gubernamentales y una estructura de mando firme. En esa definición de la autodeterminación las voluntades individuales y colectivas, los acuerdos y sus mecanismos son, simplemente desplazados. Mientras los países no tengan esta capacidad, argumentan, la administración colonial servirá como un medio para preparar a los pueblos para el autogobierno. Así, la definición se convierte en un modo de dominio. El derecho de la autodeterminación debe ser obtenido como el resultado de la evolución de los pueblos.
Después de 1945, sin embargo, y con la creación de la
Organización de las Naciones Unidas se legislará el derecho internacional y se definirá a la autodeterminación como "
el derecho que tiene todo pueblo y nación para determinar su estado social, político y económico y conducir libremente su política exterior".