Esta mañana me encontré con Juan. Iba de regreso, me dijo. Pero no entendí muy bien de dónde. Llevaba una toalla enrollada en la cintura y una sonrisa del tamaño de un ostión. Se revolvía trabajoso entre sus pasos y las manchas de chicle que cubrían la superficie del suelo. Se detuvo ante mí sólo para enunciar su caótica mañana. No sé que habrá dicho: también se revolvía trabajoso entre palabras altisonantes e ideas concretas. Se detuvo ante mí, y se fue en seguida.